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  • Foto del escritorJosé Rivera

El Nosocomio


Parte 1: Internamiento

Domingo 26 de diciembre 2010 – 8:00am

Aún se podía sentir el olor a pólvora en el aire, rezagos de bombardas, cuetecillos y otros fuegos artificiales terminaban de escucharse un domingo nublado luego de fiestas. Normalmente Lima es calurosa en estas fechas, pero el año 2010 fue particularmente frio, un invierno que no claudicaba.

Yo en especial pude percatarme de todos estos detalles climáticos ya que pasé mala noche, un cólico no me dejó dormir y lógico, luego de comer la cena navideña, panetón y chocolate por varios días era evidente que mi sistema digestivo me pase la factura. Me prepare una manzanilla pero al sentarme note un dolor poco usual en el abdomen bajo… ¿será apendicitis? Nooo no creo que sea tan desafortunado…

3 horas más tarde en la clínica mi doctor de cabecera me dijo:

José tienes apendicitis, y es grabe, ¿cuantas horas tienes este dolor?” “Mmm, 14 aproximadamente” conteste.

Y es que hay que hacer un paréntesis aquí, en verdad esto era muy preocupante ya que de familia, los Rivera tenemos “Síndrome de Piedra”, esta es una rareza clínica que nos permite soportar niveles de dolor mucho más altos que un individuo normal, es decir puedo tener un hueso roto en el pie y confundirlo con un dolor muscular por varios días… seguir mi rutina normal y luego de estar muy mal herido descubrir la rotura del óseo luego de sacar una placa de rayos x (me ha pasado).

Esta “cualidad” puede ser una bendición en algunos casos pero también una cruz en este en particular, pues no podía determinar a ciencia cierta cuando inicio mi proceso de apendicitis, yo fui capaz de percibir dolor desde hacía ya 14 horas… pero ¿Cuántas en realidad llevaba de infección?


“Bueno doctor me interno aquí en la clínica” le dije, a lo que el contesto: “José, en esta clínica vas a conseguir un doctor que a lo mucho ha operado 10 apéndices, yo sinceramente te digo que puedes estar grave, así que te recomiendo ir a un nosocomio grande, uno donde encuentres un doctor que no ha operado menos de 60mil apéndices, esos te operan hasta con velas en caso de apagón y aun así lo harán bien, es muy tarde para practicarte laparoscópica, esto será a tajo abierto por la cantidad de horas que tienes de infección. Pero no puedes tardar en decidirte tienes que ir ahora mismo…”

Me fui con mi padre al Hospital Arzobispo Loaiza según me recomendó el médico, ahí están los mejores especialistas en apéndice… mientras el auto andaba yo pensaba mil cosas, en todo lo que hice y todo lo que deje pendiente… solo quería terminar todo esto y regresar a casa.


Cuando llegamos, me encontré con un hospital gris, lleno de rejas, parecía una prisión desde afuera, decenas de personas peleaban con los vigilantes para que les dejaran entrar, se aglomeraban sobre las rejas negras que temblorosas hacían frente a la muchedumbre….yo no sabía la razón por la que se les negaba el ingreso.


Nuestro auto se detuvo frente al portón de emergencias y mi padre le mostro la firma de mi médico en una prescripción con un notorio “URGENTE”, al encargado. Nos dejaron pasar y un coro de reclamos nos daban la bienvenida a lo que sería mi residencia los próximos días “si dios quiere” pensaba.


Dentro del recinto los ambientes eran lúgubres, a pesar de estar lleno de jardines y ostentar una pileta principal, la gente caminaba desconsolada por los corredores del hospital, familiares llorosos de pacientes que pasaron a “mejor” vida guardan luto en la capilla cerca al pabellón que me esperaba. Letreros blancos algo empolvados mostraban el camino a la sala de emergencias con toscas flechas pintadas en rojo. Corría mucho viento, estábamos al aire libre y mis orejas estaban heladas, sentía que mi presión estaba descompensada, metí las manos a los bolsillos y camine hacia la sala de emergencias que estaba a 100 metros de distancia.


De pronto divise a mis hermanos, que ya enterados de la noticia habían hecho lo imposible para derrotar al tráfico y entrar al hospital antes que yo para darme su apoyo.

“Todo saldrá bien José”, “tú eres invencible”, “tienes 7 vidas” me decían.

Yo sonreía, para transmitirles tranquilidad, pero la verdad…me encontraba muy lejos de estarlo. Un individuo de atuendo marrón botas gastadas y chaleco negro era el guardián de la sala de emergencias y miraba con cara de pocos amigos a cualquiera que se le acercara, supongo que estaba a la defensiva por tanta gente aglomerándose en la entrada.

“Solo 1 familiar” decía en voz irritada.

Si hay algo que aprendí en la vida, es que es difícil decirle NO a una sonrisa sincera. Así que le mostré la única que sabía hacer y su cara cambio como si lo hubiera hipnotizado.

“Pase señor” dijo el vigilante

Y dejo entrar a mi padre a mi madre y a mi hermano. Me sentía raro ahí dentro, veía gente regada en camillas, con vendajes, batas clínicas, sueros, todos apilados porque eran demasiados y el espacio no daba para más.


Personal médico con atuendos blancos, celestes y morados pasaban de un lado a otro y yo no sabía quién era quien. Todos eran invisibles al parecer, pues lloraban por atención, y nadie los oía, eran muchos y yo estaba ahí de pie, sin gritar ni rogar, sin cara de enfermo.


Llegue por mis propios pies y ahí me detuve por 10 segundos que parecieron eternos al contemplar el dantesco espectáculo de gente que perdió el pudor víctima de sus enfermedades y dolores. Pude ver a pocos metros a un joven “doctor”, la verdad no sabía si era el jefe, pero era el único que estaba sentado, mientras los otros hacían su turno de pie. Mi padre se dirigió a él:

“Buenos días doctor, mire, vengo de la clínica….”

Y un zumbido intenso me impidió seguir escuchando la conversación, entre parpadeos para recuperar la claridad vi como todos los pacientes me miraban fijamente, especialmente uno, uno que yacía sobre una camilla víctima de un mal que desconozco, pero parecía tener fiebres muy altas, su piel lucia seca y pude distinguir como una lágrima se escurría por sus ojos delatando su irremediable futuro.


El doctor me interrumpió de la escena…

José… José, ven vamos a examinarte. “Acuéstate en la camilla”

Mientras yo le contaba como iniciaron mis males el doctor presiono con uno de sus dedos mi vientre sombre el apéndice, esto me hizo cortar abruptamente mi relato con un profundo y agudo dolor que se expandía por mi sistema nervioso.

“Apendicitis dijo” ¡A lo que conteste… la prescripción lo decía ya!… ¿era necesario producirme ese dolor?

A lo que el doctor contesto:

“José… aquí hay decenas de pacientes esperando turno para la sala de operaciones, estamos a vísperas de año nuevo, solo nos quedan 2 salas para cirugía disponibles y mañana el personal se reducirá a menos de la mitad, tenemos que elegir prioridades. Los peores van primero y los que pueden aguantar van al final, crudo pero es lo que hay… ahora estoy evaluando cuan avanzado es tu caso para ponerte en turno.”

Dicho eso entendí la fría realidad… me iba a tocar esperar horas ahí, sabe dios cuanto… si yo llegue caminando… me van a poner al último pensaba.


Me asignaron una bata de aquellas que no cubren nada y por atrás dejan ver todo, para mi lastima la talla de esas prendas es estándar, y yo soy un personaje de 1,93cm de estatura, corpulento y poco promedio, no había fórmula matemática que lograra acomodar mi humanidad desnuda dentro de ese frágil atuendo, así que me puse un buzo y la bata a forma de camisa hawaiana esperando junto a los demás infortunados pacientes algo de celeridad en las diligencias.


Mientras tanto mi padre y mis hermanos hacían cola para realizar los pagos y traer los medicamentos para mi operación, cosa complicada pues no todo se conseguía dentro del hospital.

Parte 2: La Noche Trágica

Ya habían pasado 12 horas esperando en la camilla de aquel pabellón lo supe porque un enorme reloj redondo pendía del techo y por largo tiempo fue lo único que me distrajo de ver a personas heridas sollozando cerca mío. Mi estado de salud ya no me permitía sentarme recuerdo que la última vez que estuve despierto fue pidiendo un anestésico para el dolor pues sentía como si tuviera un trozo de metal hundido en el estómago y se pronunciaba cada vez que me movía.


De pronto comencé a desplazarme, me estaban empujando hacia la esquina del pabellón para sacarme sangre. Le pregunte a la enfermera:

“¿Y mi familia?, me quede dormido y ya no sé dónde están”

Y me respondió que a partir de las 5 ya no se aceptan familiares dentro, pero me pondría frente a la entrada, y así fue, a 30 metros se encontraba la puerta de emergencia cerrada… y con suerte pude ver a mi familia haciendo turno para ver a través de un vidrio de 20x20cm si yo me encontraba bien, no pude contener las lágrimas al ver ese despliegue de amor y sacrificio, mi hermanito Félix (que en ese momento tenía 17 años) al verme sonrió de oreja a oreja y les aviso a los demás… llore como un niño, como si fuera el mejor regalo que me hubiesen podido dar… y me arrepentí por cada vez que fui grosero y por cada cena en la que no estuve presente.


Las ganas de ir al baño eran incontenibles mi vejiga reventaba y nadie me hacía caso, todos pedíamos ayuda al mismo tiempo y faltaban manos para atender esa cantidad de gente. Mi hermano me miro por el espejo pidiendo ayuda y como si pudiera entender mi pensamiento abrió la puerta y se hizo paso entre los vigilantes nocturnos….

“¡Joven no puede entrar!” le dijeron en voz alta…. y el contesto: ¡Mi hermano me necesita y si el me llama yo voy quieran o no!

Se imaginaran el resto de familiares intentando lo mismo por horas, pero la mirada de mi hermano delataba estar convencida de su propósito, llegar a mí.


Aquellos guardianes se hicieron a un lado para que mi hermano Félix me auxiliara sin objetarle nada. De pronto me di cuenta que yo no le había llamado, pues casi no podía pronunciar palabras…

Es como si nos hubiéramos comunicado por el pensamiento, tal vez fue así, la verdad yo creo que sí.

¿Hermanito aquí estoy que necesitas? Me dijo

Y yo bajito le dije…

“Un papagayo” (instrumental de acero que utilizan para que los pacientes miccionen sin levantarse de cama).

El de inmediato fue a buscar uno, creo que si en todo el piso habían 8 de esos, exagero… el lugar estaba repleto de personas y no sé cómo hizo para conseguirme uno, acto seguido llamo a un doctor y le informo de mi estado.


El médico le dijo:

Ok joven ahora me encargo yo, ya puede salir de la sala….

Mi hermano me miro y yo le asentí con la mirada. Me inyectaron el brazo más de 12 veces para buscar la vena y no la ubicaban… ya me reía de lo nerviosa que estaba la enfermera… reía por no llorar la verdad… el brazo me dolía mucho, así que atinaron a ponerme suero por la mano… procedimiento más doloroso por tratarse de una zona sumamente nerviosa… pero está bien… todo sea por vivir pensaba.


Un joven recién llegado se quitó la mochila, parecía que venía de clases, era un estudiante… me dijo…

Tengo que sacarte el buzo hay que vendarte las piernas.

A lo que conteste muy bajito…

“¡Me operaran el apéndice ¡no las rodillas porsiacaso!”

Y es que en las circunstancias de abandono que me encontraba, era válido recalcar cualquier duda.

No joven, me dijo… se vendan las piernas para evitar la hipotermia en sala de operaciones, el cuerpo pierde temperatura en el procedimiento, además va a estar sobre una cama de acero y eso es muy frio a estas horas.

Antes tenía temor de ser operado, ahora solo esperaba la hora de que me quiten ese dolor y poder irme a casa. De pronto sonaron sirenas… luces rojas por todos lados… ¡Que pasa que sucede!… llegaron corriendo los bomberos, totalmente ensangrentados… con expresión de angustia… Y supe que algo terrible había pasado.


Un bus de pasajeros se había caído camino a Ica… todos los heridos se repartieron en 2 nosocomios. Un despliegue de cuerpos morados, inertes, con huesos quebrados, sangre por todos lados, llegaba en una caravana de muerte interminable. Y me cuesta escribir estas líneas, porque había tratado de olvidarlas de mi mente, niños, ancianos, mujeres, personas de todo tipo y todo lugar… llegaban a este Hospital, que ya se encontraba abarrotado de individuos muriéndose horas antes que ellos.


Los minutos siguientes se volvieron trágicos, los médicos se reunieron y observaron uno a uno a los pacientes…. Eran tantos que ya los habían regado en el suelo, y a muchos de los antiguos, los habían despojado de sus camillas para poner a personas en peores condiciones.


Estos doctores tenían que deliberar… tenía la dura tarea de decidir quien vivía y quien moría. Y así fueron pasando uno a uno a sala de operaciones… mientras sentía que mi respiración se dificultaba, y luchaba por vivir. Ya para ese entonces yo tenía más de 24 horas esperando operación y solo quedaba una sala de operaciones libre. Recuerdo la junta médica se posó frente a mi cama…y otros 3 pacientes más.


Uno era un señor que no paraba de gritar, gritaba tanto que se había quedado afónico. El otro tenía la pierna partida en 5 partes y el tercero era yo silencioso y adolorido… El medico se acercó al señor que gritaba y decían que padecía de peritonitis hace 2 horas. Luego vio al joven y le pidió disculpas profundas pues se inclinaba más por salvar al primer paciente.


Luego me miro y me dijo:

“Muchachote que haces acá, porque no estás en tu casa… ¿veamos que tienes?”

Vio mi placa… que tenía bajo la pierna izquierda… y luego de abrir los ojos de par en par… escandalizado llamo al encargado de mi área……

¡Idiota!… Le dijo… este chico tiene agonizando más de 2 días, tiene síndrome de piedra… su infección ya es una septicemia y es el caso más grave de todo el piso. Preparen la sala….

Luego me miro y sacándose los lentes me dijo sujetando uno de mis brazos:

“Yo mismo te voy a operar… ¡no voy a dejar que te mueras!, te doy mi palabra que no te mueres, pero pelea”…

No le conteste nada, porque no podía ni hablar, solo trataba de respirar, mantenerme vivo…. pero Dios sabe que se lo agradecí, y rece por las decenas de personas que quedaron atrás mío, sé que muchos de ellos tal vez murieron esperando operación aquella noche trágica.


Parte 3: Sala de Operaciones

Luego de subirme 2 pisos por rampas llegamos a la sala de operaciones, yo observaba los fluorescentes de la habitación y escuchaba personas poniendo instrumental quirúrgico a esterilizar, o al menos eso pensaba. Una doctora de la que tan solo recuerdo los ojos, pues tenía un antifaz medico colocado. Me explicaba que me harían la epidural un procedimiento que practican introduciendo una aguja entre las 2 apófisis espinosas de la vértebra, y de esta manera anestesiar al paciente.


Me hicieron firmar un documento, aceptando los riesgos de la práctica y luego de afeitarme la espalda sentí el primer hincón. La doctora muy afligida me dijo:

Joven la aguja no llega a su columna, usted es muy grande. Puedo probar utilizando otro instrumental que no es para esto. ¿Usted desea que lo intentemos?

Yo accedí por que la otra opción era morir ahí mismo sin ser operado. Y así se llevaron a cabo 5 punciones con un instrumento mucho más grande que el anterior, estos intentos fallidos eran muy dolorosos y antes de haberme recuperado de los anteriores fracasos volvían a practicarme los siguientes, sentía como se abrían pasó entre mi carne y mi columna (literalmente eso es lo que pasaba) cuando grite, la doctora me dijo, que esto era muy riesgoso.

“Joven puedo dañarle la columna, ¿quiere que lo intentemos de nuevo?” Le dije que

En el último intento sentí que mis piernas temblaban, un calambre general en la parte baja de mi cuerpo comenzó a asustarme. La doctora me dijo:

Tranquilo, si no sientes las piernas está bien, ¡lo hicimos!

Lo dijo sudando frio… haciéndome participe de su victoria… Yo la verdad no había hecho nada más que aguantar sus hincones, pero estaba bien… todo sea por vivir. Me ayudaron a recostarme, y llego el doctor de la promesa. Me dijo:

Muchachote ahora si vamos a dormirte, cuando despiertes todo habrá terminado.

Yo le agradecí, y me pusieron la máscara para recibir la anestesia. Al pasar un rato el doctor dijo que todo estaba listo y cuando comenzó a ponerme yodo en el vientre, le dije:

“¿Doctor y no me van a dormir?”

Casi se cae de espaldas y respondió:

¿¡Qué haces despierto!?

Otra vez el bendito síndrome de piedra, nada calma el dolor nada me anestesia con facilidad.

José no podemos ponerte mas anestesia, tu corazón no va a resistir la operación… ¿dime sientes?

Y me hinco la barriga.

YO: La verdad doctor no siento. Doctor: Bueno a operar que el tiempo corre.

Rato más tarde yo miraba el techo de la habitación, los monitores, al personal de sala y a mi vientre abierto en plena operación. El médico me dijo que no lo mirara, que lo ponía nervioso, pero de hecho, yo quería saber que me estaban haciendo.


Pusieron una tela celeste para impedirme ver… y de pronto lo que temí al inicio sucedió… sentí dolor en un corte. Un dolor equivalente a cortarse con un hierro caliente las entrañas… Me estremecí y el médico me dijo… que tenía que aguantar y no me moviera… los minutos siguientes, perdí el conocimiento… parpadee… Y no sé cuánto tiempo pasaba entre cada abrir y cerrar de ojos… escuche al doctor diciendo… SE NOS VA, SE NOS VA!


Miraba yo el monitor con la vista vidriosa y comenzó a iluminarse todo. Al rato me desperté, el doctor me dijo:

José, te estamos cociendo… no tienes idea como estaba todo… la materia estaba contaminando tus órganos, prácticamente trapeamos dentro tuyo y agradece a Dios que estés vivo, porque yo no te salve, fue él y si te quiso de regreso algún plan debe tener para ti.

Agradecí profundamente a Dios y a mis héroes de sala de operaciones, incluso a la doctora que me perforo la columna… ella también paso un mal rato… Y bueno, tenían que llevarme a sala de rehabilitación. Ya faltaba pocos días para año nuevo y el personal era muy reducido, salvo 2 pequeñas enfermeras que no podían cargarme…. Tuve que levantarme yo mismo y ponerme en la camilla en una suerte de acto circense.


Todos impresionados por verme movilizarme aún estando recién operado, me bautizaron como la 8va maravilla, haciendo alusión a mi estatura.

“Joven usted es el paciente más grande que hemos tenido en todos estos años”.

Yo le sonreía y caía dormido mientras me llevaban a una habitación para descansar.


Parte 4: El Fantasma del Pabellón de los Milagros

Me llevaron a un pabellón de recuperación apodado Pabellón de los Milagros, pues todos necesitaban uno para sobrevivir los siguientes días en aquel lugar. Yo estaba muy optimista, ya que cosa peor podía suceder, solo quería recuperarme rápido.


Me suministraban sin descanso sueros y medicamento en ampollas cada 5 horas.


Me encontraba en una gran habitación de techos muy altos, ventanas de rejas cuadradas dejaban pasar el sol, que para nada era molesto, les juro nunca antes disfrute tanto de sentir ese calorcito que me hacía sentir vivo. 11 caballeros me hacían compañía y yo era el último en completar la docena.


Al parecer yo era el único contento de la habitación, todos lucían inmóviles, como si trataran de ahorrar sus energías para pasar una fría temporada.


La enfermera me dijo que me bañaría pero que primero me dé una vuelta caminando. Yo me reí porque pensé que se trataba de una broma, la enfermera me dijo:

Joven vaya a caminar.. El doctor dijo que lo haga.

Yo me negué, tenía una cicatriz de 13 puntos en mi vientre que me decía no, no, no, no y 13 veces no! No me pondré de pie, me duele y no me pondré de pie, no puedo, no puedo ni sentarme, como voy a caminar, es imposible! La anestesia no es suficiente para que me incorpore.


El doctor llego y me dijo, que era necesario caminar, porque estaba en un pabellón, con enfermos de todo tipo, hay virus pululantes en el ambiente.

Si te quedas echado pasarán 2 cosas: O te mueres de pulmonía, porque vas a coger algo si no caminas, o 2 te darán gases y los gases duelen dentro del cuerpo, sobre todo cuando te operan algo tan grave como lo que te hicieron a ti José.

Me puse de pie con ayuda de todos y me deje caer sobre el brazo derecho, apoyándome en una silla metálica que tenía a un lado. Cada pazo era un dolor intenso, que me hacía arrepentirme de haberme incorporado, temeroso fui recorriendo el pabellón y por primera vez alce la mirada frente a mi cama, recostado no lo había visto, frente a mí un pabellón con 80 mujeres de casos muy grabes formaban una L con mi recinto.


Camine despacio cogiendo mi suero, me di una vuelta y regrese a cama… con muchísimo, muchísimo dolor, sentí que no podría ponerme de pie más, había exigido más de mis limites a mi cuerpo y temía caer muerto.


Horas más tarde mi familia llego a visitarme, solo 2 de nosotros teníamos esa suerte, comprendí que en este mundo la familia lo es todo, los buenos amigos también, no interesa tu dinero, tus estudios, no importa donde vivas, cuando la muerte llega, no respeta tu condición, solo toma lo que es suyo y se retira. Y así departí con ellos como el día más feliz de mi vida, pero esa felicidad, no duro mucho, solo pude verlos por 40 minutos. Y luego la soledad, soledad porque nadie hablaba y nadie decía una palabra.


Todos se curtían al sol y se dejaban derrotar. A mí me prohibieron los alimentos por 5 días, solo vivía de suero. Algunos otros ya podían comer, “algunos”, porque el señor Jorge, como lo bautice, estaba recostado con tubos saliendo de su cuerpo… no quiero recordar a detalle al señor Jorge, solo sé que estuvo ahí menos tiempo que yo. No lo atendían porque su familia estaba en provincias y su seguro no estaba verificado, cuando eres un paciente terminal, los segundos cuentan, y cuando llegaron las medicinas, el ya no estaba con vida… él fue el primero de los 12.


El mismo día murió el señor que gritaba con peritonitis en la sala de emergencia el día anterior, me dio muchísima pena, su familia lo visito esa tarde y se veía que lo querían mucho. Aterrado y totalmente golpeado por la muerte de aquellos compañeros tácitos de mi pabellón. Rece por sus almas hasta quedar dormido.


Al despertar en la madrugada sentí mucho frio, muchísimo, tanto que estaba tiritando… mi mandíbula se endureció y los cabellos de mi nuca se erizaron. Esta sensación la conozco, la he sentido antes…. Mire a mi izquierda y el señor de la cama a 2 metros estaba sentado mirándose las manos… cosa que me pareció muy extraña, pues se la había pasado echado el día entero, sin comer ni moverse…, será que finge durante el día y de noche se pone de pie? Pensé.


Este hombre seguía mirándose las manos, por el frente y por detrás, y luego se rascaba el brazo. Repetía su rutina una y otra vez. Y yo con el corazón acelerado, y el frio intenso… seguro se fue el efecto de mi medicamento pensé. Y volví a mirar curioso a mi vecino de cama. Pero esta vez la tenue luz que entraba por los cristales, difuminaba su piel. Me di cuenta que el señor seguía echado en su cama sin respirar y su misma imagen se proyectaba sentada sobre su cuerpo, mirándose las manos extrañado… como si no supiera que hacia ahí, se miraba las palmas y se tocaba una y otra vez.


¡Dios mío veo su alma!, ¡él está muerto! Cuando lo pensé… volteo inmediatamente mirándome a los ojos. Yo sentí pánico, ahí en mi cama inmóvil, sin poder defenderme, adolorido por mi cirugía, no podía hacer nada, no podía ni siquiera ponerme de pie y salir caminando de ese lugar por mi cuenta. Volví a ver y el seguía ahí observándome Ya no se rascaba, ya no se miraba las manos, el solo me miraba a mí, como si pudiera sentir que yo lo reconocía.


Y su cuerpo vacío seguía tendido en la cama, pero el fantasma estaba esperando algo de mi… él quería comunicarse… y yo solo quería que todo terminara.


Cuando abrí los ojos ya era de día, no sé en qué momento me dormí ni que es lo que a veracidad había pasado. Lo supe luego de ver que las enfermeras desocupaban la cama de mi izquierda.

¿Qué le paso al paciente de a lado? Joven, el señor murió en la noche, me contestaron….

DIOS MIO, si fue real, yo vi su alma. Y así continuo sucediendo noche a noche, y las almas salían a caminar de sus cuerpos, algunas volvían y otras se perdían por los pabellones. El espectáculo nocturno era insano, y aprendí a andar entre ellos y aprendí a no temerles, no tenerles miedo, a todos menos a uno. Aquel hombre de traje negro, a ese si le temía. Pero de él les hablare en otra oportunidad.


Ahora estoy recuperado y me dedico junto a mi padre a descifrar los misterios de la vida, después de la vida.


Atentamente

José Rivera Prado

Investigador Paranormal

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